Cuando llegamos al centro (Áurea y Rocío), el recibimiento fue increíble porque
aún
no había empezado
y ya se apilaban en la puerta para saludarnos y curiosear, a través del cristal, lo que les
estábamos preparando allí dentro. Al comienzo, nos encontramos ante un grupo de 8 niños
los cuales acudían al taller de música nerviosos
y con ganas de jugar. No obstante, encontramos alumnos de todas las edades por lo que nos resultó complicado aunar la clase para que todos comprendiesen los juegos y pudieran aprenderlos a la vez. A esta dificultad, tendríamos que sumarle
la de que en estas
etapas es frecuente
que
a los niños les cueste compartir, hagan por sobresalir y llamar la atención y que, en ocasiones, se
nieguen a participar. Esto hizo que en algunos momentos nos costara continuar. Sin embargo, ambas coincidimos en que
esta experiencia
también ha sido muy gratificante.
Hemos aprendido mucho con estos niños y
creemos que ellos con nosotras también. Algunos eran realmente buenos empezando ritmos, otros siguiéndolos, y en otros encontramos su punto fuerte
en
la danza, pero creemos que
todos eran buenos en algo y
que de una forma u
otra conseguimos engancharlos.
